domingo, 16 de septiembre de 2012

El pergamino


Una multitud inició la marcha; Llevaban comida, y agua,  y mochilas moradas o amarillas; la iniciaron a paso vivo, sin saber bien a donde iban, ni lo largo del camino, ni la cuesta del Norte, ni las horas llegadas a sus pies. En el primer cruce, la mitad se fue hacia la derecha; la otra mitad, a la izquierda. Los de las mochilas moradas se quedaron parados, y nosotros con ellos y acampamos.

Al día siguiente reiniciamos la marcha hasta el segundo cruce. El cincuenta por ciento se pusieron un toto anaranjado y tomaron la izquierda. Los demás tomamos la derecha. Recorrimos diez leguas y acampamos.

Al tercer día, ya de salida, muchos se pusieron un toto rosa y aguardaron; los que quedaron llegamos hasta un nuevo cruce. Todos se fueron a la derecha menos tú y yo. Entonces saqué de mi bolsa el pergamino crema; viejo pergamino que me dio mi padre, y lo miramos sentados en el ribazo aquel. Era mi pergamino y caminamos. Y subimos a lo alto de una montaña enorme, con el frio en los huesos y la piel ardiendo en tus senderos. Busqué un refugio y te tendí la mano y volaron hacia ti una multitud de duendes: sin mochilas, sin totos, sin pasado. Estamos solos, te dije aquella noche.

Al llegar la cuarta noche te dije: compartamos la soledad, la tuya y la mía… y no estaremos solos nunca más. Sí, me contestaste: cojamos cada cual su mochila y marchemos a un mundo nuestro, exclusivamente nuestro, un mundo anhelado, a un mundo nuevo donde solo habiten los duendes que nos siguen… y las mariposas de las entrañas, y el amor tuyo y el amor mío. Y acunamos la vida mientras la lluvia fecundaba el campo.

Tengo aquí el pergamino, el pergamino de mi historia, el deber aceptado y adquirido…te dije al quinto día; debo bajar, dame un tiempo. Ella me llama, me llama, me llama… lo dice el pergamino.

“Palabras de agua atravesando el portal de aquella noche insomne, abrazos que resbalan por tu piel sin dejar huella, abrazos fríos en las cálidas distancias. Abrazos... besos amables escritos sin tinta, pintados en el aire por tu voz amada, besos quemados en un instante... Letras de humo bailando alrededor de mi sombra, caricias huecas perdiendo vida... Sábanas de seda incapaces de dar calor a un amor vacío, besos que jugaron a ser únicos y solo fueron ecos de olvido...”

Y bajé la montaña. Y dejó de llover; desde abril no llovió a llover, no suenan los cristales como aquella noche; ni suenan tus besos en mi boca. Ha dejado de llover y mi voz amada se confunde con palabras de humo, con esperas sin tiempo y llamadas sin voz. Y acudió la soledad de nuevo; la soledad absoluta y fría que aquel hombre intuyo que podía quedar atrás en la montaña. La soledad intensa y renovada que lo envolvió de nuevo al alcanzar un NO.

Y aquel hombre solo y aterido volvió la cabeza hacia la amada y gritó con todas sus fuerzas: ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡ lo dice el pergamino ¡!!!!!!!!!!!!!!!!!. Pero nadie, ni aún los que lo escucharon, entendieron su grito. Solo lo entendió la soledad.

 

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