La actividad académica
mal concebida produce soledad. Un hombre libre no cabe en la actual estructura
de la Universidad, al menos la española. Habita en ella, incluso la ama, pero
va cediendo día a día girones de su yo en aras de una ínsula Barataria. Surgen en ese ambiente dos perfiles distintos,
y opuestos, de profesor universitario: el pavo ampuloso que llega a creerse su
yo inflado, y el huraño, a veces
mezquino, que acarrea definitivamente su soledad. Cierto que hay personas –
compañeros nobles y desinteresados de los que he conocido muchos – que logran
quedar al margen de la vorágine sicológica que azota al profesor universitario.
Los hay que llegan a maestros, otros no;
otros deambulan por los pasillos de las Facultades mil que abarrotan las
Universidades, o por los pasillos de su propia alma; raramente se sientan en un
banco a preguntarse lo que son, o lo que hacen allí; simplemente van por su
sueldo. Finalmente los hay que están, e investigan, y dan clases y se mueven
con cierta soltura sin llegar a ser, a fusionarse quiero decir, parte de esa
actividad académica mal concebida que decía antes. Estos últimos son, y me
incluyo entre ellos, los profesores que han luchado por mantener su
independencia y su libertad. Yo he
pasado así cuarenta años de mi vida.
Quizás al final, cuando
los años y los avatares todos crees que te han derrotado, cuando la soledad arrecia, y te
hace suyo, y sientes el frio intenso de sus besos, percibes el ansia, la
necesidad de salir, de expresarte, de ser. No ya libre, no; es algo más, es la
necesidad de permanecer un tiempo en el zaguán del olvido. Y escribes cuentos,
y te apuntas al Face, e intuyes amigos imaginarios mil que pueblan las redes
sociales. Pero la soledad está ahí, sigue ahí, la contemplas cada tarde y
reposas la cabeza canosa en su regazo esperando que llegue la noche.
Hoy me gustaría poder dejar de ser Doctor, y abogado y miembro de no sé cuantas asociaciones y sociedades y grupos. Preferiria tener por curriculum la palabra "espera" y desde esa verdad, como dice Maria Zambrano, ser pobre; no pretender que nada nos cubra de esplendor, ni aparecer de ninguna manera ante nadie, apreciar solo lo necesario sin darle importancia, ir rectamente hacia el corazón de las cosas; tratar al prójimo sin temor, ni vanidad, porque ya lo habia visto; era eso: el projimo sin más, el hermano. Desde hoy renuncio a todo titulo, a toda vanidad. Mi Universidad es el pueblo, la gente sencilla que va por ahí, por la calle, con la dicha enorme de no tenerse que hacer cuando lleguen a casa el montón de preguntas que a mí me acuden. Ellos, quizás, no estén solos.
Y es que uno, de vez en cuando, al
verse en los brazos de la soledad, piensa que se está volviendo loco.
"No pretender que nada nos cubra de esplendor, ni aparecer de ninguna manera ante nadie, apreciar solo lo necesario sin darle importancia, ir rectamente hacia el corazón de las cosas; tratar al prójimo sin temor, ni vanidad, porque ya lo habia visto; era eso: el projimo sin más, el hermano.
ResponderEliminarDesde hoy renuncio a todo titulo, a toda vanidad. Mi Universidad es el pueblo, la gente sencilla que va por ahí, por la calle, con la dicha enorme de no tenerse que hacer cuando lleguen a casa el montón de preguntas que a mí me acuden. Ellos, quizás, no estén solos".
Yo no sé nada de actividad académica, ni de títulos ni de gloria, pero estos dos párrafos fínales me han emocionado de verdad.
Félix tú eres prójimo para mí, hermano, amigo. No me importan tus títulos académicos;me importa tu sensibilidad, tu sufrimiento, tu soledad, tu espera ...