La soledad no es un algo
que llega cuando eso, estás solo. No; al contrario, el sentimiento que alberga
la soledad está desde siempre en cada uno de nosotros y lo vamos cubriendo día a día con capas de olvido.
Capas blancas, tules o gasas del alma, que arrancamos a la vida y colocamos
sobre la soledad inicial, la absoluta, la que viene del nacimiento. Pero fíjense
que he dicho “el sentimiento que alberga la soledad”, no la soledad misma, que
son dos cosas diferentes. El sentimiento está, la soledad es, o mejor deberíamos
decir, la soledad llega a ser percibida cuando el sentimiento está.
En el mes de enero le
detectaron a la embarazada que no tenia válvulas en el corazón. Que padecía una
insuficiencia cardiaca absoluta y que su hijo no nacería, ni ella aguantaría un
parto. Y el hijo estaba allí, femándose, intuyendo su muerte y cerrando con
ella un futuro soñado. Soñado por el Dios que ya lo conocía, supongo. Pero no
estaba solo. Esperaba. Esperaba lo que María Zambrano llama el horror del nacimiento.[1]
Dice María Zambrano al respecto: El secreto “
está en nacer sin pasado, sin nada previo a qué referirse, y poder entonces
verlo todo, sentirlo, como debe sentir la aurora las hojas que reciben el
rocío, abrir los ojos a la luz sonriendo, bendecir la mañana, el alma, la vida
recibida, la vida ¡Qué hermosura!. No
siendo nada, o apenas nada: ¿por qué no bendecir al universo, al día que
avanza?, aceptar el tiempo como un regalo esplendido, un regalo de un Dios que
nos sabe, que sabe nuestro secreto, nuestra inanidad y no le importa, que no
nos guarda rencor por no ser…”.
Pero no; la embarazada
sin válvulas en el corazón debía morir en julio, y su hijo también, y el día
del nacimiento no sería un regalo esplendido del Dios que nos sabe, sino el cumplimiento
o el fin del tiempo concedido. Y ya
está: le dieron la extremaunción y se puso a parir… y me parió a mí para que yo
no arrastrara la pena de haber matado a mi madre. Y fuimos acumulando olvido
añadiendo la gasa de niño pequeño, y el Pelargón que venía de Gibraltar, y los primeros pasos, y las primeras letras, y
los juegos con el tren eléctrico en la mesa camilla. Solo que la soledad ya
estaba allí, María Zambrano. El niño “sabía” como llegó a nacer, y no pudo ser
libre en ese ser de niño, para vivir simplemente, para ir adquiriendo pasado que
llenase su soledad. Para perder el miedo a alcanzar un no, como llegó a ser el
no definitivo de la muerte de la madre sin válvulas en el corazón. Y el niño que
era solo percibió el sentimiento de la soledad y se quedó aterido. Y es que
aquel niño tenía pasado antes de nacer. Y al final de su vida tendría
que abrazar la soledad como destino marcado para él por el Dios que nos sabe.
Yo
Yo, que por
amor corrí hacia tu historia por cumplir un
destino,
y deseché la luz que llevabas prendida...
me sumí en tinieblas sin poder aguardar tu madrugada...
Y cuando pasó el día y adivine tu ausencia,
cuando vuelvió la noche y mojé llorando la almohada,
cuando el sol se hubo ido y me acurrucó el tiempo
supe que me aguardaste sin saberlo...en tu muerte de siempre
y deseché la luz que llevabas prendida...
me sumí en tinieblas sin poder aguardar tu madrugada...
Y me
vi atardecido y sin orgullo: cobarde y solo,
desván de miedos
todos para asirme a la vida, abrazando tu recuerdo solamente
Y le pedí
al destino que aguardara un
instante,
que me otorgara
un tiempo, que serenase el
alma.Y cuando pasó el día y adivine tu ausencia,
cuando vuelvió la noche y mojé llorando la almohada,
cuando el sol se hubo ido y me acurrucó el tiempo
supe que me aguardaste sin saberlo...en tu muerte de siempre
[1] Zambrano, María.
Delirios y destino- Madrid1989. Reedición Ed. San Cristóbal. Madrid 2012 pág.
28.
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