La historia es sueño,
dice María Zambrano: el sueño del hombre. Sí, desde luego, la historia es una
creación extraída de un sueño, diría yo. Una creación siempre inacabada y
siempre en movimiento en tanto que es subjetiva por naturaleza y sometida al
tiempo y al espacio. La Historia con mayúscula, historia de las naciones, de
las guerras, de los imperios de la economía o del poder la objetiviza el historiador a través
de las fuentes, o mejor diría de sus fuentes. ¿Deja pues de ser sueño al
extraerse, al crearse, al hacerse capítulos y papel y cronología? Pienso que
no. La historia sigue siendo sueño aún después de escrita.
La historia pequeña, la
nuestra, la de cada día, la que queda en cuatro fotografías amarillentas
encadenadas a un marquito de plata también es un sueño. Soñamos nuestro inacabado
ser de muchas maneras: buscamos expresiones, recordamos trajes, sacamos a
colación la primera comunión, el retrato de los padres o la fotografía de la
boda. Lo trascendente de esa historia personal soñada no es la foto, es la
elección. Antes no; antes se colgaba de la pared la foto del abuelo porque era su
única foto, “la foto”. En el mundo de hoy no hay una foto, hay cientos de fotos:
fotos de viajes de hijos o de nietos; Fotos en blanco y negro y fotos en color;
fotos enmarcadas y fotos en álbumes mas o menos temáticos. Fotos en el móvil y
fotos, miles de fotos, en la pantalla del ordenador que pasan ante tus ojos,
incluso, automáticamente, escurriéndose hacia la izquierda, superponiedose con
otra, deslizándose hacia abajo. Hacemos presentaciones, corregimos perfiles,
componemos fotos complejas, retocamos contrastes y… borramos cientos de
diapositivas para escoger algunas, las que creemos mejores…
Me reafirmo: la historia
es un sueño, y el sueño se sueña en soledad. Heráclito llamaba a los hombres a
despertar para verse en su propio sueño.
Despertar sin dejar de soñarnos, habría que precisar, pues inevitablemente retomamos
la historia en cada amanecer. ¿Pero qué historia?, ¿qué historia renace cada día?,
¿qué fotografía del móvil archivaré hoy
en el ordenador? ¿qué soledad de mi inacabado ser plasmaré, elegiré y guardaré esta
tarde?.
¿Así pues, como en la
historia grande, la Historia con mayúscula, cabría preguntarse: ¿deja el día a día de ser
mi sueño, para hacerse historia al plasmarla en soporte informático
o en papel o dónde sea?. Vuelvo a pensar que no. La foto de hoy no existe, no
es, no puede ser. Yo no soy el de cientos de fotos acumuladas en un archivo. Si
pudiera despertar y dejar de soñarme acabaría con el ansia de ordenar un
proyecto de vida que no es mío. No me
identifico en ninguna foto, en ninguna; no soy yo, ni mi imagen quedó grabada
no sé dónde. Sé, sin embargo, que elegí
finalmente alguna imagen – unas veces mía y otras no –; que las llevé a
imprimir, que las puse en un marco, que la puse en el despacho o en el salón o
en la mesita de noche y…que esas, las que adherí a un sentimiento, son mi sueño
que se hizo por unos instantes realidad.
De ese sueño o realidad soñada brotan algunas letras, algunos trazos de poesía,
un sentir que me asemeja vivo. Y ahí, precisamente ahí, en la elección, en
tomar esta o aquella foto… en ese momento y no en otro identifico a la vez mi
historia y mi soledad.
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