domingo, 11 de noviembre de 2012

El Principe Azul


Fíjense en la imagen sicopictografica que ha llegado esta tarde a mi despacho. ¿No ha tarareado nunca una cancioncilla y no se la pueden quietar de la cabeza?; pues eso: una cancioncilla  pero con imágenes.

Yo era el príncipe azul de la Bella Durmiente. Me calzaron las mallas azulones, mi capa rosada, mi gorro o barretina o lo que fuera primoroso con una pluma rosa, mi caballo blanco, el bosque encantado, las florecillas por doquier y… hasta perdí la barriga de ahora  y cabalgaba gallardo sobre una manta de terciopelo granate. Un primor vaya, un primor de película de Hollywood  con musiquilla dulzona. Y avancé decidido por el bosque; a izquierda y derecha estaban los animalitos todos expectantes, las mariposas volando junto al caballo y las gotitas de rocío salpicándolo todo… hasta que la vi.

Estaba allí la moza – yo no sabía que era la Bella Durmiente - toda tumbadita en una especie de angarillas con flores; placida, dormidita, primorosa, angelical, única, sencilla, cándida, aguardando el beso del príncipe que era yo y que adivinó – yo adiviné quiero decir – que tenía que besarla no se aún bien por qué, pero el guión de la imagen  era claro: yo tenía que bajarme del corcel que relinchando se detuvo junto a la joven, avanzar de puntillas, acercarme a aquellos labios rojísimos que me aguardaban desde la eternidad y  mua mua mua, besar a la durmiente.

Y lo hice; bajé del caballo y noté el levísimo peso de mis pies sobre un manto de hojas que el bosque había preparado para el momento: percibí el silencio que la naturaleza toda cuidaba para arropar al beso; quizás solo se escuchaba algún que otro ruiseñor despistado en la cumbre de los árboles  y …la respiración pausada de la Bella en aquel dulcísimo sueño que era gloria,  y espera y paraíso…

Y avancé unos pasos y me detuve al lado de la Bella, y alargué el cuello muy despacio, y el silencio se hizo total entre los rayos de sol que traspasaban el follaje. Solo una música suavísima, interpretada por los mil duendes del bosque aquel empezó a sonar…

Eres tú…
El príncipe azul que yo soñé …

 
 Y mis labios apenas rozaron los de la moza cuando esta abrió encantadoramente los ojos, se estiró un pelín y me arreó una grandiosa bofetada mientras gritaba:

-         ¡¡¡¡ Fresco !!!!, ¡¡¡¡ sin vergüenza !!!!, ¡¡¡¡ cochino !!!. Eres como todos los hombres… ¿Quién te ha dado permiso para besarme? . Canalla, miserable, ¡¡¡¡socorro!!!.

Y acudieron los enanos todos y me majaron a palos. Pero lo grave del caso es que, como la cancioncilla repetida, la imagen no se ha ido en horas..

Supongo que aquí, leyendo Delirio y Destino de María Zambrano, en la absoluta soledad de la Almedina, escuchando la lluvia que cae plácidamente podré desvelar el arcano de la pesadilla del Príncipe Azul  que les acabo de contar. Dentro de unos minutos me iré a la cama… un poco aturdido. Este silencio de la Almedina me está dejando, ciertamente, un tanto chungo.

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