viernes, 2 de noviembre de 2012

La soledad y Dios


Me cuesta Dios; lo pienso e incluso lo concibo. No lo alcanzo: no lo ha alcanzado nadie y si alguien lo hiciera dejaría de ser el Transcendente. Él es inalcanzable por naturaleza. Pero acercarse si es posible. Imagine, lector, una gran águila, un ave excelsa que surca un cielo sin nubes, un cielo pleno con un sol de justicia de agosto. Piense que sobre un rastrojal amarillento proyecta nuestra ave su sombra alargada; una sombra que cae sobre los seres todos que se ocultan entre la paja del rastrojal.  

Algo así es la presencia de Dios en mi vida; está ausente, alejado, invisible allá en lo alto del cielo azul de justicia de agosto. Pero su sombra no; su sombra planea sin cesar sobre el páramo de mi existencia. Lo percibo precisamente en eso: en  sus No, en la ansiedad que precipita mi ser entre Él y su ausencia.  Y es que vivir es errar, deambular ocultándose en el rastrojo cotidiano, en el seno de la paja muerta que no nos deja de rodear y el recuerdo permanente de un cereal de primavera. La incertidumbre, el ansia y la soledad están ahí, en los terrones y las rajas secas del haza en el verano. Un haza que te sostiene y te cobija, a la vez que permite que la sombra del Transcendente se concrete y avance lentamente, pausadamente, cobijante, terrorífica y permanente. Él no nos da su ser, pero nos permite, como la sombra, conocer su no ser…

¿Y el hueco entre el ave y su sombra?, ¿Cómo la percibe el humano? ¿Cómo nos llega? ¿Cómo se trasmite?. No lo sé; pienso que cada cual la intuye a su modo. Alguien la niega; no niega al ave, pues ve su sombra; niega lo inalcanzable a la razón, y le basta. Otros ven la amenaza, calculan a su modo las distancias, elaboran teorías…, se equivocan siempre. Los más se arrodillan sin pararse a pensar arropados en el impulso de la multitud. Algunos intentan la unidad, quieren volar y se estrellan en la estupidez de un ascenso inútil. Algunos finalmente, los estúpidos, escupen hacia arriba.

Para mí la distancia entre el Transcendente y yo se mide en letras, en palabras, en poesía. La palabra sigue a la sombra como el sol al ocaso. Mi palabra que nace del no ser y se afana en la sombra del Transcendente. Estás ahí le digo: agazapado en la pequeñez mía que te intuye y te ama, susurrando matices, poniendo tildes a mi vida toda como el maestro corrige el dictado impuesto al niño. Solo que a mí me dejas escribir libremente, al tiempo que generas, oh Creador, la percepción de tus NO y mi propia soledad.  

1 comentario:

  1. Para mi, el Dios que concibo, es más cercano, más misericordioso respetando siempre el libre albedrío. No impone nada, solo quiere Amor...
    (soy Isabel)

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