miércoles, 22 de mayo de 2013
Mayo y las monjas de Santa Clara
Ya es mayo. Tengo una rosaleda primorosa: rosas rojas, blancas, amarillas; rosas casi violáceas y cómo no: rosas rosas. Paseando el jardín revivo la historia aquella de las monjas de Santa Clara camino de su celda al quemar el Mundo que os contaba en Navidad. Ahora las novicias no son las ascuas minúsculas que corren por los pasillos del convento; no, ahora es primavera y llevan el fuego dentro de sí: no hace falta quemar el Mundo para que ellas sean y estén, y palpiten sus muslos bajo el sayo. Ahora cada rosal es el convento recoleto donde se agolpan las novicias bajo los sépalos - la superiora - para enamorar al paseante. Pétalos delicados como sus vientres virginales; pétalos sedientos del rocío de cada amanecer; pétalos abiertos al polen que mece la brisa de la tarde...
Luego, mañana, ya marchitas, cumplido su rezo y su plegaria, salen del convento una a una, suavemente y caen en silencio más tapizando el suelo con su espíritu. Arriba, en el rosal aún, la superiora sépalo se agarra desesperada a su soledad vacía.
He llenado una cestita de pétalos blancos y la he puesto sobre la mesa del comedor... montón de cadáveres de novicias que elevan al aire todavía un aroma de soledad.
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