Había un lago, cualquier
lago, el mío no tenia nombre o al menos yo no lo recuerdo. Era profundo, verde,
ondulado con la brisa, frio, desasosegado de vez en cuando, un tanto
contaminado por los humanos, pero todavía incluso habitable. A mí me gustaba
por dos cosas: primero porque como no conocía otro no podía comparar, y segundo
porque sabia de memoria sus rincones, sus secretos, su profundo misterio.
Yo vivía allí desde hace…,
bueno desde que recuerdo, porque un monstruo, un dragón o como queráis llamarme
no se cambia nunca de lago. Es más, tú acabas llamándote como él, como tu casa,
que así me sentía yo allí: en mi casa. No sales mucho fuera, fuera del agua
quiero decir; la cabeza alguna vez en la vida, la cola – que asusta menos – de vez
en cuando…preferentemente de noche, cuando no atisbas a nadie, cuando no llamas
la atención, porque esa es uno de los mayores inconvenientes que tiene un
monstruo: que en cuanto lo ven, llama la atención. Me lo dijo mi padre: hijo,
intenta por todos los medios pasar desapercibido. Pues vaya consejo siendo
monstruo; monstruo y de los que lanzan llamaradas por la boca cuando una mala
digestión te deja el estomago con ardores. Ya ni eso, que con la vejez se van
acabando los fuegos hasta del estomago. La última vez que lo intenté apenas
salió un poco de humo y unas burbujitas tenues removieron el agua. Lo mejor de
mi vida es mi conciencia rotunda de no haber hecho nunca mal a nadie, y lo peor
el miedo que provoco sin saber por qué. Vamos, yo no sé por qué, pero la gente viene,
explora, bucea, toma fotos al lago, pone anuncios de peligro…¡para una vez que
me descuidé y lograron verme!...
Escribo esto porque soy
un dragón viejo y jubilado que apenas puede caminar con sosiego por el fondo
del lago, y busca ya refugio en su memoria para subsistir. Malo, malo -me digo - cuando un
dragón busca refugio en la memoria. Escribo también porque hoy me he llevado el
susto de mi vida. Resulta que es carnaval y me he animado a ponerme un disfraz…
¿de qué me disfrazo? – de persona, pensé lógicamente – si un chico se disfraza
de dragón, lo lógico era que yo me disfrazara de persona…y ya está: me he
disfrazado de pastorcito, de maño bailando la jota, o de pasiego de donde sea.
Estos disfraces tienen la ventaja de que como todos se parecen caes siempre
bien al de tu zona, o al de otra según el que te vea. Con cuatro trapicos, una
boina arreglada de un neumático que dejó algún desaprensivo en el agua, cuatro
remates de algas y unos zapaticos antiguos me puse tan mono y salí a la orilla.
- - Oiga, me dijo
una señora regordeta que llevaba un taper con tortilla a sus presuntos nietos.
Oiga, repitió: usted que ya es mayor…¿ha visto por casualidad alguna vez al
monstruo?
- - ¡Señora! … eso
son habladurías… disfraces, inventos para que venga el turismo.
- - Pues es una
pena; debían hacer algo: usted mismo – fíjese se le ha caído un trozo del
pantalón y se le ve verdoso …podía dar el pego y ponerse un disfraz de dragón. Anímese,
hombre, que es domingo de carnaval. Venga y llamo a los niños..
Y me quité el disfraz de
lagarterano y me quede en el de dragón, y me hicieron fotos abrazando a las
criaturas, y jugamos a la comba y lo pasé cojonudo.
Luego, mas tarde, cuando
se fueron todos me di cuenta de la situación : yo no era de verdad un dragón;
yo era una persona eternamente disfrazada de dragón.
En esas avancé hasta el
agua para sumergirme de nuevo, para zambullirme en mi casa, para seguir siendo yo, bueno no yo sino el papel de dragón que me ha dado la vida...me miré en el espejo que iluminaba la
luna y pensé: ahora ciertamente, cuando lo sé todo, es cuando siento mi profundísima
soledad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario